El comunero electo de Proyecto Sur de la Comuna 7 realiza un detallado análisis del triunfo de Macri en las elecciones porteñas.
Creo que fue Spinoza quien dijo: Ni llores ni rías, comprende. Desconcierto, confusión, asombro son los adjetivos que en estas horas pueden servir para describir los resultados de la elección porteña. Centro del poder político nacional, próxima a las voces de todos los colores, el triunfo fulgurante de Macri con el 47% de los votos en la Ciudad dejó impávida a las redacciones periodísticas, los bunkers partidarios y las mesas de familia. Suele suceder que una comunidad se sorprenda ella misma de lo que, sin proponérselo, acaba realizando. ¿Cómo es que hicimos esto? Termina de ganar por abrumadora mayoría un candidato que está procesado por delitos graves, que espió hasta a su familia, que trató a los sin techos con saquitos de té y patadas en la cabeza, que se propuso “de a poquito” desalojar todos los predios donde se hacinan familias sin vivienda, que quiso, aunque no pudo, levantar las villas y a su gente para “devolverlas” a sus lugares...
Ganó el candidato shopping, liso, parejo, moderno, prolijo, marketinero, sin marcas de la historia en sus paredes y escaleras, sin el paso de la gente, sin grafitis ni huellas del pasado, allí la “gente” pasa, vota, mira y festeja. Ganó el candidato feliz. Freddy Mercury y Gilda, la biblia y el calefón. Costa Salguero, Palermo Hollywood, joven rico desprolijo. Ni peronista ni radical, socialista o conservador, sin trayectoria ni marcas en la piel, un candidato liso, sin arrugas ideológicas. Pura eficiencia, diálogo y consenso. Ganó el nene de papá, exitoso, boquense, caprichoso. En su metafísica dolida, Fito Páez, al decir “asco” en una de esas quiso preguntarse dónde está ese hombre scalabriniano que está solo y espera. Ahí está, no en Corrientes y Esmeralda, sino mirando los pasitos cumbieros, globos de colores, amarillo discoteca, sushi, jamón crudo. No hay detrás del hombre común una metafísica ideal que provenga del fondo oculto del pueblo, es el hombre pragmático nomás, que vota como cree que más le conviene. La zona norte estalló, con más del 50 o 55% de los votos. En un artículo mencioné, cuando ganó Macri en 2007, La República de Platón. Allí, el discípulo de Sócrates indagó las posibles constituciones para la ciudad. La oligárquica, presumía, era el gobierno de los ricos. En ella se fomenta la pasión por el dinero, el lucro, el deseo ilimitado de riquezas. Ella engendra, sin embargo, el peligro de la pasión opuesta, el de la rebelión. Tengo que corregir ahora esa metáfora excedida. Aquí la pasión por la riqueza, por el consumo privado de bienes materiales no generó el exceso opuesto, la envidia y el odio de aquellos abrumados por las deudas y la infamia. Como lo demostró la votación del norte y el sur, esas pasiones se unieron en un horizonte común. No vivimos en un régimen oligárquico sino en una democracia liberal, donde los acomodados dominan el espacio, y en donde los intereses de progreso hoy convergen. Se trata de una democracia y un capitalismo neodesarrollista. El voto a Macri tiene un importante componente material y está basado en la bonanza económica y la sensación de progreso de sus habitantes. Antes que Macri ganó el oficialismo, expresión mistificada del logro individual. Con el 8 o 9% de crecimiento anual, igual que en la perinola, todos toman. Los ricos dieron un salto de titán y los más humildes un paso de hormiga. Pero la mayoría sintió que esa más o menos precaria bonanza había que dejarla así nomás, como está. Fue entonces y como lo dijeron muchos analistas un voto continuista, conservador, estático. No sorprende por eso que muchos votantes de Macri lo hagan en octubre por Cristina. Son, ante todo, oficialistas de una buena temporada, pragmáticos conocedores de las inestabilidades argentinas. La psicología política tiene buena tela para cortar, porque algo del terror a los típicos cambios bruscos de la sociedad argentina expresó el voto “dejen todo como está”. Esa cosecha la recibieron también, con excepción de Catamarca y tal vez Chubut, todos los demás candidatos oficialistas en el interior, no menos sojeros y oligarcas que Macri, el chico malo que nos viene embromando en la Ciudad.
Ni el voto a Macri preanuncia la marcha sobre Roma en el obelisco, a paso de ganso y con camisas pardas, como agitan algunos trasnochados, ni el voto a Cristina en octubre será la consagración de la conciencia nacional y popular. En ambos casos se trata más de evitar cambios peligrosos que de apoyar modelos. Este “conservadurismo” tiene una racionalidad en las vicisitudes de la historia reciente del país y caerían en un grave error aquellos candidatos que, recibiendo esa montaña de votos, la interpretaran como un apoyo activo y militante.
En la ciudad del turismo, la banca, los servicios, la cultura, la sensación de riqueza es todavía mayor que en el interior. El progreso que siente cada familia en el escalón que sea es el fruto de las condiciones generales en las que se desenvuelve hoy el proceso de acumulación. No importa tanto en quién encarna el fenómeno ni que los escalones más bajos apenas se hayan movido. En el modelo actual, de tinte primario exportador, generador de empleo de baja productividad y bajos salarios como resultado casi único del tipo de cambio, amplias mayorías sienten que progresan. Y tienen razón, porque se trata, en la percepción de millones de personas, de un progreso relativo a su situación anterior, que estuvo signada por el desempleo, la pobreza masiva y la inestabilidad. Que el modelo, por su propia esencia, no pueda eliminar la pobreza y la indigencia irreductibles, que incluso creció por la inflación y a pesar de la AUH, no cuenta en la percepción coyuntural del votante. Insisto: se trata de una percepción relativa, que fija en la memoria un pasado calamitoso y un presente que permite encarar proyectos. Además, vive en un país y una ciudad liberal, donde se han ampliado las libertades democráticas, se consagró derechos de género y se votó la ley de matrimonio igualitario. El Centro de Estudios de Opinión Pública (CEdOP) de la UBA nos confirma, gracias a una encuesta realizada el domingo a los votantes, que no existen diferencias cualitativas sino de matices entre el perfil ideológico y actitudinal de los votantes a Macri, Filmus y Pino Solanas.
A pesar del espasmo fitopaesista y de la zoncera recurrente del filósofo Aníbal Fernández, la mayoría de los votantes macristas no parecen ser unos cretinos idiotizados por Tinelli, individualistas a cuatro manos y egoístas sin remedio, aunque no tengan el swing de Fito. Macri obtuvo en el bajo Flores, Soldati, Lugano más del 40 o 45% de los votos. En la villa 1.11.14 no brindan con champán, pero algunos agradecen el tendido de unos cables de luz, la cooperativa de reciclado o que pueden seguir trabajando en algún taller clandestino. Macri no tiene historia, pero aprendió del peronismo las artes de la clientela, con Ritondo y Santilli de consejeros, y armó su sistema de punteros, faena en la que Macri es discípulo y principiante al lado del justicialismo, decano del compravotismo fácil.
En resumen, ganó la buena onda. La consigna, por estúpida que parezca, acertó en el imaginario colectivo: hay cosas que mejorar pero “venimos bien”, no hay que ser “jodidos”, no tiren mala onda.
El espejo 6-7-8
El kirchnerismo ha tomado su propia medicina. Porque Macri no hizo más que traducir, a su manera y estilo, la línea básica del oficialismo nacional. Para decirlo de una manera directa y sin rodeos: Macri copió la gestualidad superficial del oficialismo, que con 6-7-8 fundó el Club de la buena onda. El que critica, no importa lo que diga, es un mala onda que le hace el juego a la derecha. Frente a TN (Todo Negativo) había que mostrar qué feliz está la gente, cómo baila y canta en el bicentenario, cómo disfruta del progreso económico de un modelo que le hace sonreír de oreja a oreja. A la manera de la televisión de Alemania del Este o de Rumania, las fotos de familia, los chicos jugando con el perro, sucios de chocolate en la boca, dibujan el edén argentino que la “corpo” se niega a mostrar. Gilda y los globos no son el invento macabro del señor Burns sino la bandera de lucha de la épica nacional y popular. Si se mencionaba el 82% móvil, se trataba del “operativo desánimo”, otra sección del 6-7-8, que según el inefable Barone, no importa si hay fondos o es posible pagarlo, porque le creía a la presidenta y punto. Minería, recursos naturales, eran tratadas como estrategias “progres” de la derecha enojada y fastidiada. A los aguafistas se los aleja con la música de Charly, No te dejes desanimar, o con Buena onda, de Pimpinela o Me siento bien, del negro Fontova, o con Baglietto “donde el mar salude a todos donde un beso sea moneda corriente…”. TN y Clarín, igual que La Nación, asumían la cara seria y afectada del descontento, la amargura, la mala onda, el pelo al huevo, mientras que 6-7-8 convoca a la risa y la alegría, a la fiesta. No digo que sean lo mismo, jamás diría esta torpeza. Pero sí quisiera remarcar la estrategia en espejo que Durán Barba implementó captando los puntos fuertes de la política comunicacional kirchnerista. El mensaje se simplificó hasta el absurdo, se infantilizó a la platea, se borró de un plumazo la más mínima percepción crítica, las terceras posiciones fueron tildadas de sospechosas. Blanco o negro, con buena o mala onda. Oficialista u opositor, grupo A o grupo K. Parafraseando al Dante, nos pidieron que dejáramos todo pensamiento crítico a las puertas del infierno. Entre la balacera cayeron sin piedad las causas nobles de artistas e intelectuales que, para no quedar “afuera de la historia”, se subieron a la calesita.
Como se trataba de un estado de emergencia permanente, como vivíamos al borde de un golpe destituyente en cada mañana, como no se podía hacerle de comparsa a Magnetto fuera el tema que fuera, sólo quedaba alistarse, ponerse en fila en defensa del bien frente al mal. Pero existe una gran diferencia entre comprender la política como el antagonismo de dos campos en disputa, a la manera de la fórmula que hizo conocida Carl Schmidt y adaptaron Ernesto Laclau y Chantal Mouffe para estudiar la lógica de la política, y someter, bajo ese pretexto, cualquier voz crítica con la excusa de un estado de excepción. La política no puede entenderse sin ese antagonismo. Es, por principio, adversativa. Lo demuestra el mismo Macri y toda la oposición de derecha, que han hecho de la bandera del consenso y el diálogo su campo de antagonismo irreconciliable con el gobierno nacional. De ahí a descalificar como destituyente toda crítica al gobierno o alistarse incluso en las peores causas hay un abismo que 6-7-8 y los intelectuales y periodistas oficialistas han cruzado con demasiada facilidad. Hicieron suya la construcción de un relato polarizado que sirvió a los efectos de impedir terceras alternativas, que 6-7-8 vulgarizó tomando prestado aquella frese de Matías Martin: “y vos chabón, ¿de qué lado estás”?
Ningún yuyo pudo, bajo estas condiciones, florecer. Comenzaron a marchitarse, por eso mismo, algunas voces reconocidas del pensamiento crítico, como las que se agruparon en Carta Abierta. Si en un tiempo no tan remoto y bajo la batuta de Nicolás Casullo, un grupo de intelectuales de diverso calibre pero de irreprochables ideales, se propuso resaltar el papel vivificante de la crítica, esa que bajo la inspiración de Walter Benjamin “peinaba” la historia a contrapelo, como le gusta remarcar a Ricardo Forster, hoy, bajo la emergencia ilusoria de un justicialismo extorsivo que reclama para sí la palabra y la verdad, la crítica pasó sin pena ni gloria, al arcón de los recuerdos. Se volvió apología, encubrimiento, aplauso lisonjero. Esa crítica, que es condición sine qua non del intelectual y el periodista, la esencia ontológica de su existencia, se apagó bajo los estertores consignistas de un gobierno progresista que tuvo la misma habilidad que el Rey Víctor Manuel y su ministro Cavour para “ponerse en el bolsillo” a los jacobinos como Mazzini. Fiesta y buena onda. Los intelectuales peronio-frankfurtianos en el bolsillo de Aníbal Fernández y el pensador a martillazos Barone. A la izquierda de Kirchner no hay nada. Risas y alegría. Aristófanes en vez de Sócrates. Globos de color y buena onda. Pero, ¿cómo hace una comunidad para reflexionar sobre sí misma si le falta el ácido corrosivo de su Sócrates, la seriedad negativa y dolorosa de su propia autorreflexión? ¿Dónde quedó el ensayo como forma de ponerse en el ojo de la tormenta, de escrutar e interrogar los claroscuros de la política y la cultura, que nació para ser ella misma destituyente del sentido común y tomarle mejor el pulso a la época? Han perdido el sentido de la duda, despoblaron la arena política de grises y contradicciones, y se unieron, bajo un sentimiento primario, al útero ilusorio de una causa que no pueden precisar con claridad. Se pusieron a rizar el rizo. En ese equilibrio tan inestable del compromiso y crítica, se han abandonado, como quién espera durante tanto tiempo torcer un poco la vara, al compromiso irreflexivo de muchas malas causas. La izquierda kirchnerista o que así se pretende, ocultó, por razones de Estado, el affaire Pedraza-Tomada, el acampe Quom, la vergüenza de la conferencia de prensa conjunta frente a la toma del Indoamericano, las alianzas con Reuteman y Menem y tantos, tantos gestos que prefieren, como TN, borrar del noticiero. Mejor son las canciones alegres, que Macri emuló, en el espejo horroroso y abominable borgeano, que todo lo duplica. La excepción fue la denuncia, valiente, de Horacio González ante el ninguneo oficialista frente el asesinato de Mariano Ferreyra.
Al ballotage
El voto PRO tuvo también un fuerte componente de oposición. Oposición y oficialismo, se han conjugado de manera un poco misteriosa para darnos el cóctel indigerible de un triunfo derechista en una ciudad que todavía posee una acumulación fantástica de trincheras democráticas.
Filmus se vio obligado, al ser oposición, a pagar su libra de carne. Así, la crítica “crispada” de Filmus sobre la condición de la vivienda o la educación en Capital, lo dejó afuera del Club de la buena onda. ¿En qué quedamos, Vamos Bien o Todo Negativo? En el camino, el discurso feliz de un país divertido se hizo trizas con la realidad circundante. ¿Del otro lado de la General Paz, no hay villas y escuelas maltrechas o pibes destruidos por el paco? ¿La metropolitana la maneja Hitler y a la Federal, Gendarmería y Prefectura la manejan Heidi y el abuelito? La dupla kirchnerista no puede entender cómo los porteños se resisten, por contreras, a ser parte del Edén nacional, con Scioli como abanderado al otro lado del riachuelo. Habría que ver cómo adaptar el influenciómetro de Gvirtz para observar los niveles de progresismo, a ver los milímetros que separan a Macri de Scioli, Corpacci, Insfrán o Beder Herrera.
El triunfo de Macri fue vivido como una tragedia por muchos sectores progresistas. En parte porque se sufre en nuestra propia ciudad, la del 19 y 20 de diciembre, de las asambleas populares, de las rondas de las Madres, de la infinidad de centros culturales y barriales, el epicentro de una cultura de izquierda irreductible, democrática, inteligente, refrescante. Sin ese movimiento vivificante las comunas hoy no existirían. Ellas inscriben un principio de horizontalidad mediante los Consejos Consultivos que ni el macrismo ni el kirchnerismo, con su cultura política verticalista y clientelar, son capaces de sostener. Ellas pueden ser el punto de intersección entre la democracia representativa y la democracia directa de los vecinos. Pero ello implica una movilización política fenomenal para defender lo conquistado ante las amenazas de una mayoría macrista que cancele la experiencia, esterilizándola como lugar de poder. Una movilización que debe extenderse a la defensa de la educación pública, como están haciendo los estudiantes secundarios, de la salud como los trabajadores del Borda y el Lagleyze, del movimiento por la urbanización de las villas como los delegados y activistas en cada una de ellas. En el ballotage del 31 de julio no existen opciones genuinas superadoras de la experiencia actual. Obviamente, Macri representa la cara regresiva, superficial, posmoderna y liberal de nuestra polis. La presidenta parece empujar a Filmus a una derrota segura con el propósito de subir su propio piso electoral. La paciencia y resignación de Filmus, como de Scioli, parecen infinitas. Con Macri no se puede, como se dice, ir ni a la esquina. Algunos se inclinan por el voto a Filmus, otros por el voto en blanco. Cada uno tiene diversos y válidos argumentos. Entre esas únicas dos opciones que deja el ballotage, se debate hamletianamente en estos días la comunidad progresista y de izquierda de la ciudad.
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