Sentido homenaje a todas y todos los trabajadores que el 1º de Mayo de 1866 iniciaron un camino de lucha que se prolonga hasta nuestros días.
El 1º de mayo es sinónimo de lucha. Parió con violencia el nacimiento de las grandes movilizaciones de la clase obrera, un antes y un después en el desarrollo del capitalismo. Como la naciente de un río, que corre hacia abajo por mil afluentes, teñidos con la sangre de incontables héroes y mártires, ha dejado algunas marcas, huellas, que nos recuerdan, que allá lejos, en el camino que construimos en el tiempo, se consagró algún derecho fundamental que ejercemos hoy.
Han pasado 126 años y muchas generaciones, desde las heroicas luchas obreras en Chicago.
Las nuevas generaciones han recibido la memoria de aquel mayo, como una masa informe, una memoria desgastada y prostituida. Si hace falta recordar algo más que el feriado, la tecnología nos da el resumen frío de Wikipedia. Data para consumo express.
El 1º de mayo de 1886 comenzó en Chicago un movimiento en reclamo de las ocho horas de trabajo. La manifestación fue brutalmente reprimida y terminó con la ejecución de cuatro trabajadores anarquistas, ahorcados tras un proceso irregular el 11 de noviembre de 1887. En 1889, la Segunda Internacional decidió instituir el Primero de Mayo como jornada de lucha para perpetuar la memoria de los trabajadores que murieron luchando por una jornada de ocho horas. En el país, la primera conmemoración tuvo lugar el 1º de mayo de 1890.
La fecha obrera se fue afirmando paulatinamente, hasta llegar al 28 de abril de 1930, cuando el presidente Hipólito Yrigoyen decidió instituir el 1° de mayo como “fiesta del Trabajo en todo el territorio de la Nación”, porque según los considerandos “es universalmente tradicional consagrar ese día como descanso al trabajo”.
Los obreros argentinos honraron la memoria de los que cayeron por las ocho horas, entregando a su vez sus vidas, como en Plaza Lorea en 1909. De esta forma “se fue afirmando paulatinamente” el 1º de Mayo.
Aunque en nuestra memoria puede ser un hecho irreductible los acontecimientos que instituyeron el 1º de Mayo, ella fue expropiada y apropiada como un resorte más de poder por la clase dominante. A la histórica jornada de lucha de los trabajadores se la convirtió en la fiesta del trabajo. De esta forma se sepultaba la identidad del trabajador como sujeto de la explotación capitalista.
La existencia del obrero se hace concreta e inapelable en cuanto logra la agremiación. Es en su sindicalización que logra su lugar como actor social. Esta instancia de unidad de la clase obrera es la amenaza mas temida por la clase de los patrones. Lucha, unidad, organización, no debían ser “recordados”. Jornada paga para festejar el día del trabajo. A ello no había que temer.
Los desposeídos, no solo lo son de bienes de producción, sino de identidad como sujetos históricos, que pueden reconocer quienes son y que les pertenece. En 1968, la CGT de los Argentinos, encendió los corazones de los trabajadores, con la llama de la memoria de nuestros mártires. Con la pluma de Rodolfo Walsh, el programa de el 1º de Mayo denunciaba:“El aplastamiento de la clase obrera va acompañado de la liquidación de la industria nacional, la entrega de todos los recursos, la sumisión a los organismos financieros internacionales”.
Se impuso la necesidad del capital de dividir y fragmentar a los trabajadores, borrando la memoria e introduciendo la competencia individual y rompiendo la solidaridad propia de una clase que comparte un interés común, el de liberarse de la explotación capitalista.
La memoria, es una forma de ver el mundo, de colocarse en un lugar para luego interactuar en lo social y permitir acciones, movilizaciones o movimientos de reivindicación. Si lidiar con esta realidad es difícil, lo que debía ocurrir es borrar de la memoria los lazos de pertenencia a la clase trabajadora. La ofensiva se dirigió a producir cambios profundos que desarticularon a varias generaciones de trabajadores. Disciplinamiento con desocupación, flexibilización y burocratización, con la consiguiente perdida de la capacidad de unificar fuerzas y sortear las nuevas divisiones impuestas por las exigencias de acumulación capitalista.
La lucha en el plano de la conciencia, y por ende la memoria, es tan estratégica en las fabricas como en las calles.
La lucha de clases, es ocultada con mitos, narraciones al servicio de naturalizar la injusticia y de descalificar al oponente, etiquetándolo como románticos utópicos, en el mejor de los casos. Hoy mas que nunca la historia la escriben los vencedores, en relatos que conducen a sectores de la sociedad, como los intelectuales, a la participación activa, que tuvo como resultado contribuir a aislar a la clase obrera, en particular a la parte de ella organizada sindicalmente, para debilitarla. En el mundo académico y cultural tendió a imponerse el discurso que enfatizaba la pérdida de centralidad (e incluso la desaparición) de la clase obrera como sujeto, motor de la transformación. Se cambió la historia por crónicas periodísticas en la sección policiales. Las huelgas eran “salvajes”.
En nuestro país, la conciencia más alta tuvo su expresión en la CGT de los Argentinos.
Suena como traído de un país imaginario, el recuerdo de las huelgas Petroleras, la de los ingenios azucareros de Tucumán, de Fabril, y tantas otras, levantando las banderas de la liberación nacional. El diario de la CGTA dirigido por Rodolfo Walsh, sentenciaba:
“La historia del movimiento obrero, nuestra situación concreta como clase y la situación del país nos llevan a cuestionar el fundamento mismo de esta sociedad: la compraventa del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción.
Que los bienes no son propiedad de los hombres, sino que los hombres deben administrarlos para que satisfagan las necesidades comunes. La propiedad sólo debe existir en función social.
Los trabajadores, auténticos creadores del patrimonio nacional, tenemos derecho a intervenir no sólo en la producción sino en la administración de las empresas y la distribución de los bienes.
Los sectores básicos de la economía pertenecen a la Nación. El comercio exterior, los bancos, el petróleo, la electricidad, la siderurgia y los frigoríficos deben ser nacionalizados”.
Estas banderas de justicia son, sobre todo, valores que enaltecen, ayer como hoy, a la clase obrera al unirlas a un proyecto colectivo, de mayorías para honrar la vida y cuidar la naturaleza. La meta, era entonces, aniquilar, en la conciencia hasta el último vestigio pretensiones de soberanía popular, que se atreviera disputar poder con la clase dominante.
No lo han logrado totalmente como pretendían. Pero sí han acorralado y aislado, a los que por un salario viven, dejándolos indefensos ante el mercado, todo poderoso.
“La polarización y la concentración de la riqueza derivó en una crisis de sobreproducción por carencia de demanda. La explosión del desarrollo científico-técnico cerró el ciclo de la revolución industrial. A la informática y la robotización se le sumo a la pérdida de las conquistas sociales, que quedaban del Estado de Bienestar. Se ha dado un salto cualitativo en la que se ha eliminado un enorme cantidad de puestos de trabajo. Estamos ante un momento de la acumulación de capital que deja una población sobrante absoluta. No tiene solución si no se hace una redistribución en gran escala de la riqueza social.
A esta lógica, de acumulación, una creciente masa de trabajadores no le sirve ni como mano de obra barata, ni mucho menos como consumidores. Esta población está en peores condiciones que los esclavos. Porque para obtener lucro de esas grandes categorías de explotados era necesario mantenerlos mínimamente vivos, mínimamente sanos y mínimamente alimentados. Cuando es población sobrante absoluta, hay que sacárselos de encima.
Desde Proyecto Sur proponemos una redistribución en gran escala de la riqueza social, que implica la gran opción de incorporar tecnología bajando sensiblemente la jornada laboral que también disminuye tiempo de trabajo humano (Alcira Argumedo).
Nada de ello será posible sin un cambio cultural y la reconstrucción de la Ética pública. La Memoria de nuestros anhelos y luchas, será la cantera desde la cual surgirán los materiales con que alcanzaremos un futuro de justicia.
La fragmentación y la degradación de los hechos más importantes de nuestro pasado de lucha constituye el principal obstáculo para cambiar la cultura de la resignación y de impotencia.
Planteamos la necesidad de volver a la historia para pensar el futuro. Debemos buscar una síntesis enriquecedora de la mejor herencia política, de ética y de ideas, legada por esos nombres que forjaron las causas históricas como Alem, Yrigoyen, Mosconi y de Perón y Evita, mancilladas y utilizadas para enmascarar la realidad contundente del neoliberalismo. Pero siguen vivas en los miles de hombres y mujeres que entregaron generosamente su sangre como lo hicieron los mártires que honramos el 1º de mayo.
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