En el año que comienza, el designio es construir una gran fuerza emancipadora para reemplazar al bipartidismo y transformar Argentina.
A partir de junio de 2009, y con el extraordinario antecedente de 2007, la irrupción de Proyecto Sur como opción de poder marca un hito en la historia política argentina de las últimas décadas. En paralelo a la evolución del Movimiento, la trayectoria y la credibilidad del diputado y precandidiato presidencial Fernando “Pino” Solanas han sido determinantes para reponer en la agenda pública temas estratégicos que parecían desterrados del debate político y cultural de nuestro país: la defensa del medio ambiente y los recursos estratégicos, el transporte ferroviario, fluvial y aeronáutico, los hidrocarburos y las energías renovables, la minería a cielo abierto, la deuda externa, la atención sobre el Atlántico Sur, la ética pública y tantas otras cuestiones centrales para la vida nacional venían sido silenciadas de manera irresponsable y cínica por la voluntad antinacional del bipartidismo gobernante. Más allá de lo partidario, se trata de cuestiones que han de constituir una nueva “razón de Estado” pues son, en rigor, imprescindibles para el bienestar presente y futuro de nuestro Pueblo.
A partir de 1983, con el restablecimiento de la democracia, el sistema político tradicional, es decir, el bipartidismo, pactó la historia. Si bien se intervino en el plano judicial contra los crímenes de la dictadura, lo cierto es que en lo económico, de directa repercusión sobre un tejido social devastado, la lógica instaurada por la Junta Militar continuó su rumbo: la deuda pública, que creció exponencialmente con el gobierno militar, y que involucró empréstitos privados ilegalmente estatizados, no sólo no fue investigada sino que siguió creciendo. Asimismo, pocos fueron los esfuerzos para recomponer el aparato productivo y democratizar con vigor el interior las instituciones más allá de la formalidad democrática (con la que, finalmente, ni se comió, ni se educó, ni se curó). El memenato, de más está decirlo, descuartizó el patrimonio público y continuó con la lógica neocolonial del “desarrollo con endeudamiento”. La Reforma del Estado -privatizaciones- y la convertibilidad destruyeron la producción nacional y dieron vía libre a las transnacionales para ocupar el país y saquear nuestros recursos. La caída de la Alianza Radical, con la crisis de 2001, fue el corolario de ese largo proceso de enajenación política y de vaciamiento económico.
Después de la debacle, el kirchnerismo logró restablecer a duras penas la legitimidad del sistema político. En principio, mantuvo a rajatabla el modelo económico cortoplacista iniciado por Duhalde y Lavagna con la devaluación, la apuesta al “commodity” y una parcial sustitución de importaciones. El país se “normalizó”. Con algunas acciones, el kirchnerismo -continuador privilegiado del menemismo y el duhaldismo- buscó desmarcarse de la “vieja política”, pero su fracaso estaba en su mismo origen. Una serie de medidas en principio loables como la promoción de los derechos humanos (eso sí, con pobreza, indigencia y desnutrición infantil estructurales); la renovación de la Corte Suprema (pero no del Poder Judicial en su conjunto); la negativa al ALCA (mientras la Barrick Gold y las petroleras hacen y deshacen a su antojo); la integración regional (muy tímida y sólo comercial, por cierto); la ley de servicios audiovisuales (desestimada por el gobierno con sus prácticas “amigopólicas”); o la incorporación de jubilados sin aportes al sistema provisional (que contrasta con la negativa al 82 % móvil) encontraron su verdadera naturaleza y límites en un aparato político autoritario (PJ, “barones” del conurbano, gobernadores neofeudales) y en un plan económico neocolonial consustanciado con amistosos negociados y la acumulación extractivista del “commodity” (soja, petróleo, minería).
Sin promover una matriz energética, industrial ni tecnológica de avanzada y, lo que es peor, sin atender a la degradación social, cultural y ecológica resultante de tal modelo, el kirchnerismo se dice “progresista” pero desconoce los fundamentos más elementales de la ética nacional: dio continuidad a la legislación menemista en torno a hidrocarburos y minería, sigue sin reformar la ley financiera de Martínez de Hoz, desdeña los fallos e investigaciones judiciales en torno a la deuda pública y es incapaz de detener la enajenación de nuestro territorio, llegándose a la dramática situación de tener hoy en día 22 millones de hectáreas argentinas en manos extranjeras.
La indeclinable necesidad de poner en marcha un proyecto emancipador de alcance estratégico está a la vista en la “miseria estabilizada” que padecen gran parte de nuestros compatriotas. La actual situación de aparente normalidad no es sino la normalización de la injusticia. Por ello es preciso recuperar nuestras mejores tradiciones políticas y culturales y constituir una gran fuerza alternativa y emancipadora que reemplace al bipartidismo en la conducción del Estado. Porque, en el fondo, los núcleos reaccionarios y corporativos que anidan tras los telones del PJ-FPV y de la UCR comparten, más allá de la “crispación” paralementaria y los matices de gestión, el grueso de las políticas macroeconómicas accionadas en estos años. Los gobernadores radicales y pejotistas son parte de un mismo paradigma político: la regla es que han sido incapaces de reparar la pobreza, la indigencia y la desnutrición infantil; que continúan el maltrato de los Pueblos Originarios; que fomentan la entrega de nuestros hidrocarburos, la minería a cielo abierto, el desmonte, el avance de la soja y la depredación y extranjerización de la tierra y el mar argentinos.
Sólo recuperando la soberanía política y la independencia económica podremos surcar caminos de transformación y superar la crisis social, política y cultural que padecemos. No es exagerado afirmar, en ese sentido, que en 2011 se abre una oportunidad histórica. Por primera vez en casi cuatro décadas, un Movimiento nacional, popular y democrático está en condiciones de competir por el Gobierno Nacional e impulsar un nuevo proyecto histórico para la Argentina. Hoy, la desigualdad, máximo testimonio de la decadencia moral y cultural, de la violencia cotidiana y la falta de solidaridad y sentido de lo público, es un hecho que dañan sobremanera la legitimidad de nuestras instituciones. Vivimos en una democracia de muy baja intensidad de cuya degradación el bipartidismo es responsable directo. Por ello es que el Movimiento Proyecto Sur convoca a una nueva gesta patriótica y dice: “Unidos podemos transformar Argentina”.
Por fuera del bipartidismo, la convocatoria se dirige a todas las organizaciones políticas, sociales y culturales y a los ciudadanos con vocación ética y de servicio a la comunidad que anhelan un cambio emancipador, una profunda transformación cultural y política en paz y en democracia para nuestro país. Las potencialidades y la creatividad que atesoramos, las experiencias y saberes sociales y políticos de que somos herederos, la diversidad cultural, ideológica y religiosa que nos conforman como Pueblo merecen un mejor destino. La tarea de la hora es titánica, pero no imposible: profundizar la democracia en todos sus aspectos y sumar, a nuestro Estado de Derecho, un Estado de Justicia.
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