La diputada nacional y socióloga de Proyecto Sur analiza la situación de la Educación Pública.
Una característica que marca a la educación pública desde sus inicios es el constante vaivén en las definiciones sobre su función y su misión. En la década de 1880, la premisa es civilización o barbarie y su meta central la homogenización de la población inmigrante, a fin de crear una identidad nacional y conciencia de Nación.
A mediados de la década de 1940 se inicia un período de marcada fragmentación del sistema educativo. El proceso de sustitución de importaciones promueve una importante movilidad poblacional, protagonizada esta vez por migrantes internos.
Llegan a los cordones de las grandes ciudades "los cabecitas negras", quienes van a irrumpir en la escuela sarmientina que, sorprendida y cuestionada en sus objetivos fundantes, tendrá graves dificultades ante este nuevo sujeto de conocimiento que no comprende pero debe atender.
El crecimiento de las principales ciudades del país y el ascenso social de los hijos de inmigrantes europeos, fortalecen un recorrido educativo que concluye con una Universidad Pública, capaz de generar una masa crítica en el campo de la ciencia y la tecnología, con tres premios Nóbel en Ciencias. Los primeros grandes golpes para esta trayectoria serán las dictaduras militares de 1966 y 1976, que detienen este desarrollo.
Minando el incipiente resurgimiento que trajo la reapertura democrática, el neoliberalismo de Domingo Cavallo y Carlos Menem desfinancia las universidades y -además de mandar a lavar platos a los científicos- disminuye sus salarios y sus recursos de investigación a niveles irrisorios. A su vez, a través de la Ley Federal de Educación se extiende el nivel primario aumentando los años de obligatoriedad, proceso que genera una profunda desarticulación del secundario.
Amplios sectores de jóvenes vuelven a ingresar a las aulas: en este proceso, "los diferentes", a quienes la escuela no comprende, van a engrosar las estadísticas de fracaso escolar y quedan ubicados como parte de las causas del deterioro educativo.
En la última década, con una nueva Ley de Educación Nacional, se promete la inclusión, la aceptación de la diferencia y el reconocimiento de la diversidad cultural, incorporando la modalidad intercultural bilingüe como la forma de abordarla. Se transforma en obligatoria la escuela secundaria, aspirando a una inclusión con calidad.
Sin embargo el cambio, una vez más, fue perjudicial para los supuestos beneficiarios: los alumnos, quienes en muchos casos fueron víctimas de promociones sin aprendizaje, pasaron de año en el primario arrastrando errores que en algún momento de su trayectoria escolar se convirtieron en insuperables (solo el 40% completa la secundaria).
El reconocimiento de la diversidad quedó acotado a los grupos étnicos limitándose a una traducción de la cultura oficial en tanto la escuela continúa sosteniendo como meta la llamada cultura universal.
En momentos en que se despliega la Revolución Científico-Técnica y el conocimiento es el recurso estratégico por excelencia, se requiere un sistema educativo de calidad y hoy asistimos a una nueva oportunidad de abordar con seriedad este desafío.
Resulta apremiante reabrir el debate sobre los diversos aspectos que conlleva pensar y desarrollar una educación emancipadora, trabajando para construir un sistema educativo cuya fuente principal de conocimientos provenga de las culturas latinoamericanas; donde ciencia y tecnología, como soñaba Oscar Varsavsky, estén al servicio de la resolución de los problemas locales, enfocados y definidos desde nuestra perspectiva e intereses nacionales.
Es hora de comprender que América Latina es mucho más que una región geopolítica emergente; es un espacio histórico/cultural con 10.000 años de historia registrada y solamente 500 años de contacto con Occidente, cuya identidad resulta de la amalgama de disímiles raíces y cuyos conocimientos ancestrales demasiadas veces ignorados tienen, frente a los grandes problemas de la humanidad actual -como la contaminación, el hambre, la exclusión, la pérdida de sentido y pertenencia comunitaria de los grupos humanos- un gran potencial para proponer soluciones alternativas originales, cualitativamente diferentes (y no sólo resistentes) a las que despliega la cultura de consumo dominante.
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