El autor analiza uno de los acontecimientos internacionales más trascendentes de los últimos tiempos y sus posibles efectos en el escenario global y regional.
En un veloz análisis, casi en tiempo real debido a la sorpresa y al torrente de información, hay que considerar al menos dudosa la “operación especial” que terminó sencillamente (remarco eso) con Osama Bin Laden, luego de diez años de intensa búsqueda local y planetaria. El típico escenario de una acción con más dudas que certezas y sobre la cual no se conocerán detalles (o al menos todos ellos) y ni siquiera si son ciertos. Un grupo comando ingresa en una estancia, dispara, liquida al objetivo y se hace con el cuerpo. Sencillo, perfecto, eficiente. En sólo 40 minutos. Un tiro en la cabeza; de la “cabeza” de Al Qaeda. Una operación planeada durante nueve meses.
Bin Laden está muerto y echaron lo que quedaba de su cuerpo al mar, en un ritual musulmán practicado nada menos que por las fuerzas que lo mataron. Surrealista. Sin posibilidad de constatación de su identidad por nadie, salvo por las fuerzas que intervinieron. Para que haya un muerto debe haber un cadáver. Pero más que las certezas, parecen imperar los símbolos y significados. Algo entre real y plantado. Burdo.
El terrorista saudí estaba instalado en un complejo residencial donde habitaban militares paquistaníes. La inteligencia estadounidense nunca confió del todo en ellos ni en sus elementos de inteligencia, infiltrados desde hace mucho por Al Qaeda. Por eso, la operación se llevó a cabo sin “avisar” a los locales. Penetrando soberanía con la anuencia cómplice de Islamabad.
Todo es muy poco para justificar diez años de búsqueda global, invasiones y guerras contra dos estados (Afganistán e Irak), operaciones encubiertas en todo el planeta, interminables procedimientos de interrogación y tortura al menos en cuatro continentes. Todo huele a sospecha.
Osama no pudo o quiso desplazarse más allá de Afganistán o Pakistán, aunque contaba con una red de contrainteligencia que lo protegió eficazmente durante la última década. Un viejo axioma entres espías sugiere que la mejor protección es colocarse en el “centro del baile”. Esto sugiere dos cuestiones posibles: un grado importante de anquilosamiento del sistema de inteligencia de EEUU o, por el contrario, que ese mismo sistema generó una falsa atmósfera de confianza para Bin Laden, con el objeto de poder matarlo.
El anterior gobierno paquistaní en manos del dictador militar y aliado de EEUU, Pervez Musharraf, tenía a sus servicios de inteligencia absolutamente infiltrados por Al Qaeda y otros grupos radicales mientras que eran entrenados por la CIA y los militares americanos. Hoy ocurre lo mismo. Mohammed Atta, uno de los terroristas que atacó el WTC, estaba conectado con la inteligencia paquistaní y recibió mucho dinero de sus cuadros principales meses antes del atentado. Bin Laden siempre pudo haber estado en Pakistán y EEUU haberlo sabido. Es, como mínimo, sugestivo que a diez años casi exactos del 11-S, se produzca este evento.
La operación, caracterizada como un “hecho simbólico” por Mark Kimmitt, ex funcionario para asuntos Político-Militares de G. W. Bush y militar retirado, apunta a fortalecer la imagen de Obama mediante lo simbólico. Precisamente: “Justice will be done”, dijo el mandatario al anunciar la muerte del saudí y la continuación de la guerra contra Al Qaeda. Eso excita al sentimiento nacionalista y de sheriff global (o Destino Manifiesto) del pueblo americano, tanto en la variante republicana como demócrata, que festejan juntos en las calles a poco del 10° aniversario del 11-S. Y el concepto remata con una advertencia interna y externa: “matamos a Bin Laden, pero Al Qaeda aún existe.” Lo mismo sostiene Kimmitt.
Obama, Premio Nobel de la Paz 2009, unió en su discurso los issues tradicionales de la política exterior de ambos partidos: seguridad, defensa, chauvinismo y sentimiento de invencibilidad (republicano), protección de la libertad y bienestar, y evitar demonizar al Islam, como parte de la concepción multicultural (demócrata) Pero la línea definitiva la marca el hecho de elevar el nivel de alerta de seguridad hasta agosto en territorio norteamericano, y extensible a todos los lugares donde EEUU tenga intereses estratégicos o mera presencia. El equilibrio entre optimismo y miedo que se comunica a la población es, sin dudas, parte de la estrategia de un país en guerra.
El presidente busca sostener y mejorar la imagen de su gestión en el alicaído frente interno, complicado por:
2. Críticas a su política exterior en relación a la crisis de países árabes, acusado de “tibio” sobre la cuestión libia y siria, específicamente. Esto, doctrinariamente, pone en entredicho a los demócratas, que son intervencionistas en cuestiones “humanitarias” y los vuelve pasibles de ataques opositores internos.
3. Limitado impulso intervencionista en el Norte de África y repliegue estratégico sobre América Latina: visita a Brasil por interés sobre hidrocarburos y comercio, y para “marcarle la cancha” a Planalto -sobre todo a Itamaraty-, acerca de sus intenciones de ocupar un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU.
4. Admitir sólo “colaboración” en las operaciones militares contra Libia, dejando la iniciativa a los socios en Europa (Francia, Inglaterra, España, Italia) que reeditan la experiencia de intervención colonial de siglo XIX y anteriores, en base a la necesidad actual de controlar fuentes energéticas (petróleo) y de recuperar el frente interno. Sarkozy sale complicado a nivel electoral, Cameron aplica un ajuste fuerte e impopular, Zapatero enfrenta cinco millones de desocupados y no recupera al país de la crisis e Italia, pese a la amistad espuria de Berlusconi con Gadafi, no puede permitirse dejar de asegurarse la provisión de petróleo de Libia o la vieja Cirenaica, otrora colonia italiana.
5. Política de offshore y hands off incluyendo reducción de tropas en algunos centros tradicionales de intervención durante los últimos tiempos: Irak y Afganistán. La muerte de Bin Laden y la decapitación de Al Qaeda puede sugerir una merma de recursos militares en esos teatros. Se deberá analizar cual será la nueva “reasignación” y misión de recursos bélicos en el exterior. Posiblemente se dirijan América Latina para fortalecer los intereses del patio trasero americano.
6. Una situación económica que muestra un dudoso recupero con altibajos y una tendencia a la ralentización.
Todos estos factores generan una sensible merma de liderazgo internacional y el repliegue sobre objetivos selectivos para disminuir costos y aumentar beneficios. Uno de ellos puede ser nuestra región, considerada como “periferia turbulenta” desde hace años; rica en recursos naturales estratégicos. Otro es la concentración de recursos militares y políticos en el centro del Cáucaso, donde hay potentes reservas energéticas. Y un tercero es el gradual monitoreo del área sino-índica y el Mar Amarillo, donde la hegemonía china se vuelve cada vez mayor y comienza a rozar intereses de los actores locales. En todos los casos, Washington busca recuperar el impulso perdido, o al menos frenado, en su política exterior. Un buen símbolo de victoria parece muy recomendable para comenzar.
El hecho de haber “limpiado” el nombre del Islam en el discurso de Obama, plantea un posible cambio estratégico que podría alejarse del planteo de guerra intercivilizacional adoptada por los halcones republicanos de la Era de G. W. Bush, y sustentada por la tesis de Samuel Huntington, que elaboró al final de la Guerra Fría y publicó a poco de que Bush padre desatara la operación “Tormenta del Desierto” sobre Irak, abriendo la etapa “antiislámica” de la proyección geopolítica imperial.
No sabemos si ello puede inaugurar un posible cambio conceptual sobre la identidad de “el enemigo” en la doctrina estratégica de Washington y en medio de un escenario global multipolar cargado de incertidumbre, pese que para Obama “el mundo es un lugar mas seguro” a partir de ahora. Habrá que prestar mucha atención sobre quienes podrían reemplazar, en un futuro, a ese enemigo y cual doctrina geopolítica cierra el ciclo 2001-2011 y abre nuevas perspectivas en las gateras de la amenazadora inteligencia imperial. Al menos así lo sugiere el final del discurso de Obama: "este hecho nuevamente nos recuerda que Estados Unidos puede hacer lo que se proponga. Esa es nuestra historia". Y también es el mayor peligro para la emancipación definitiva de nuestra América.
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