La memoria dice que el pasado es parte constitutiva de la actualidad, y que el presente se erige sobre las espaldas de los oprimidos.
Cada 24 de marzo, al tiempo que recordamos a las víctimas del terror, los argentinos estamos llamados a preguntarnos: ¿con qué designio hacemos memoria del pasado? ¿Qué puede aportarnos la memoria para la construcción de una sociedad más justa, más equitativa, más solidaria?
La memoria es el único factor político y espiritual capaz de proclamar la vigencia de la injusticia, trayendo al presente las demandas ocultas en los pliegues de la historia. En efecto, esas demandas nos hacen comprender que el presente no es sólo un logro del genio humano, sino también el resultado del sometimiento y del silencio de las masas anónimas que con su esfuerzo han costeado el bienestar de unos pocos. El curso intempestivo de la memoria abre expedientes que el sentido común y la razón daban por definitivamente cerrados: por ello es que la memoria desconoce términos como prescripción o amnistía, pues su entraña moral se refiere a las víctimas y tiene la mirada puesta en ellas, en su anhelo de reparación y de justicia.
Al abrir los expedientes cerrados, la memoria nos recuerda que el pasado forma parte del presente, es decir, que éste ha sido erigido sobre las espaldas de los oprimidos. Lo actual no es, así pues, sólo lo que llegó a ser, sino también la historia oculta del sufrimiento, la tortura y la desaparición de aquellos sobre cuyo dolor se ha construido y sigue construyéndose la sociedad de hoy, plagada de desigualdades, conflictos e injusticias.
Pero si la función de la memoria está en hacer presente el derecho a la vida de los oprimidos, de los masacrados, esa recordación sólo sería verdadera, y no oportunista, si guiados por ella lográsemos identificar qué porción de nuestra realidad fue construida a costa de la producción de víctimas. Debemos pensar hasta qué punto el orden social, político y cultural vigente fue construido necesariamente sobre la vida de los 30.000 desaparecidos por cuya vida aún reclamamos. Sólo así la memoria podrá hacerse definitivamente responsable de los sueños dormidos de las víctimas. Al mismo tiempo, la deuda externa, la destrucción del tejido social, el desahucio de la cultura nacional, la conversión de nuestro país en una mera colonia son hechos que, rematados en los años 90, nacieron con la dictadura y siguen plenamente vigentes.
La memoria juzga el mundo desde el lado oculto de la realidad, desde la dimensión del sufrimiento: para los excluidos, la verdad general es una no-verdad. Lo que es bueno para otros, para ellos es un mal absoluto. La mirada de las víctimas es, en ese sentido, la reserva profética de la sociedad emancipada que estamos llamados a construir.
Porque de no considerase el derecho a la felicidad de los muertos, de abandonarse el ideal universal de una redención sin fronteras ni límites, tendríamos que dar la razón a las teorías de la evolución que señalan que sobrevivir es cosa de los mejores en tanto que son los más “fuertes”, los más “aptos”, los que mejor se “adaptan” a los tiempos que corren. El orden de la redención, si bien es imposible para la política, nos resguarda de la lógica darwinista que anima la ideología del progreso.
La memoria no puede agotarse es un gesto sentimental, ni retórico, ni discursivo. Ha de ser, ante que nada, una práctica de justicia. Y debe articularse no sólo en el ámbito penal, sino también, y sobre todo, para fecundar una nueva configuración del orden social y político.
Hoy, más que una declamación ideologizante y tendenciosa, hacer una verdadera “política de la memoria” significará sacar a nuestro país de la postración y la indignidad que supone tener millones de pobres e indigentes, más de setecientos mil niños desnutridos, cargar con deuda ilegítima, funcionar como una colonia de las transnacionales, criminalizar y oprimir a los pueblos originarios. Es la infame realidad que la última dictadura militar y los diversos regímenes autoritarios de nuestra historia nos dejaron como herencia, y que ningún gobierno desde 1983 hasta la fecha se ha preocupado por transformar. Hoy debemos comprender que la memoria ha de contribuir, en definitiva, a realizar la utopía concreta de una nueva Nación.
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