“Qué los parió a los gringos, una gran siete; navegar tantos mares, venirse al cuete ¡qué digo! venirse al cuete.” (“La Vuelta de Obligado”, Alfredo Zitarrosa)
El 20 de noviembre de 1845 un gran grupo de patriotas –pueblo y ejército unidos en una misma causa emancipadora-, enfrentaron con heroísmo a la fuerza militar abrumadoramente superior del Reino Unido y Francia, las dos superpotencias del siglo XIX. Lo que se conoce como la Batalla de la Vuelta de Obligado se alza desde entonces, aunque brumosa y contra el silencio y olvido impuestos por la historiografía hegemónica, como una verdadera GESTA que continuó el espíritu de la Guerra Independentista de los pueblos de nuestra América contra el Imperio español, aunque en este caso contra el colonialismo anglo-francés.
En tiempos del indiscutido predominio federal en las Provincias Unidas del Río de la Plata, y cuando la enseña nacional flameaba unida a la cinta rojo punzó bajo el férreo liderazgo de Juan Manuel de Rosas, una agresión concebida por esas potencias europeas puso en grave entredicho a nuestra soberanía. Los imperialistas, en un esquema similar al que hoy aplican en Irak, Afganistán o Malvinas (luego de pasar sangrientamente por la India, Argelia y otras tantas naciones y pueblos) traían sobre la boca de sus cañones y el filo criminal de sus bayonetas, al “comercio”; a la imposición ideológica del “libre mercado”. Su objetivo era forzar a la Argentina a abrir sus ríos interiores para acceder al potencial mercado que les presentaba nuestro litoral. Mediante excusas y ardides, las fuerzas imperialistas llegaron a nuestro Paraná con 11 naves y más de 800 efectivos militares –una verdadera Task Force- para invadir el territorio e introducir sus mercaderías a sangre y fuego. Para entender basta ver hoy la invasión de cadenas de comida rápida, transnacionales petroleras, de servicios múltiples y empresas contratistas que también se abren paso en los países ocupados y destruidos por los bombardeos masivos de las potencias hegemónicas (incluyendo a la infaltable Gran Bretaña) en distintas partes del mundo. Medios, fines y actores suelen ser los mismos. Pero el plan anglo-francés de 1845 iba más allá. No sólo trataron de invadirnos militar y comercialmente. Querían crear un injerto geopolítico para desmembrar a la naciente Confederación Argentina: una “República de la Mesopotamia” artificial para acceder al corazón geográfico de Sudamérica, por vía fluvial, y a los ingentes recursos naturales que esta rica región –hoy también en la mira de las potencias- ofrece. La idea colonialista persiste, llámese Barrick Gold, Halliburton, British Petroleum o Monsanto.
Sin embargo, los fríos cálculos del invasor chocaron con la encendida pasión de los argentinos que se sacrificaron para proteger la soberanía. Así lo hicieron, llegando a 300 los caídos y cientos de heridos: hombres y mujeres, civiles y militares, al mando del General Lucio Mansilla, quien comandó la defensa en clara inferioridad de recursos, dirigiendo las viejas baterías que acompañaron a San Martín para liberar América, encadenando el Paraná como un mensaje de “No Pasarán” y al mando de los corajudos vecinos del lugar y de las bravas montoneras de gauchos y mestizos indomables. Una amalgama gallarda que sentía a la tierra como la madre que los había parido y que había que defender como tal. Se dice que el gaucho Antonio Rivero, uno de los que intentó repeler la invasión inglesa en Malvinas en 1833, tuvo su revancha luchando en Vuelta de Obligado y murió allí bajo el pabellón nacional.
Sin embargo las brutalidad de las armas consiguió lo suyo: los invasores pudieron abrir una brecha en las defensas patriotas pese a su feroz resistencia y remontar el río. Pero fueron hostigados en cada pueblo por los que pasaron, sin poder vender sus productos y siendo recibidos, de ida como de vuelta, por tiros de fusil, boleadoras, insultos y el desprecio del pueblo argentino. Lo que se perdió en el terreno de las armas por el peso bruto de la capacidad militar imperialista (hoy se llama “guerra asimétrica”), se ganó en el terreno de la política y la diplomacia. Mediante acuerdos con Inglaterra (1849) y Francia (1850), la Confederación Argentina logró la devolución de la Isla Martín García, de nuestros barcos apresados y –lo más importante- del reconocimiento de la exclusiva jurisdicción y control nacional sobre nuestros ríos interiores, lo cual sentó la integridad territorial del país.
Que el ejemplo bravo y apasionado de la Gesta de Obligado sea una luz para alumbrar el camino de la emancipación definitiva de la Argentina y de toda nuestra América, hostigada por los espurios intereses de los rapaces que incitan a la desunión, al genocidio y a la expoliación de nuestros pueblos.
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