Un nuevo aniversario de la muerte del padre de la Patria, recordando su legado.
Es interesante cómo al conmemorar la muerte de un prócer, a uno le viene al imaginario la representación de una muerte honrosa; incluso llegamos a pensar que los Grandes Hombres de la Patria han fallecido de pie, luchando hasta el último momento por sus ideales. Sin embargo muy distinto a eso es la realidad. Los próceres suelen morir pobres, traicionados, solos y olvidados; por ese motivo al conmemorar sus muertes recordamos lo que han vivido y reivindicamos sus valores. En el caso de San Martín son la libertad, la fraternidad, la unión y la igualdad los ideales que se reflejan en las hazañas qué llevó adelante en América.
El 17 de agosto de 1850, hace ya 162 años, moría el general José Francisco de San Martín. Una lástima que al conocido “Padre de la Patria” le tocara fallecer muy lejos de Argentina, en Francia, y que sea raíz de ésto el clima de rivalidad y división que presentaba el anárquico país americano. A los 72 años, el General veía a los caudillos del litoral enfrentados con el gobierno de Buenos Aires, a unitarios contra federales. Eran tiempos de la Confederación Argentina, que en 1852 se reunificaría bajo la Constitución Nacional. El Director Supremo Rondeau había caído al ser vencido en Cepeda por los caudillos del Litoral; la inexistencia de un gobierno nacional y la conformación de gobiernos provinciales habían dado lugar a una “Argentina caudillista”. En su testamento, San Martín declara la intención de que sus restos descansaran en Buenos Aires, pero recién en 1880, cuando la “modernización” del país-encabezada por Mitre, Sarmiento y Roca-había terminado por eliminar a los caudillos del interior y consolidar el gobierno Nacional, se cumpliría aquel deseo.
Es interesante cómo al conmemorar la muerte de un prócer, a uno le viene al imaginario la representación de una muerte honrosa; incluso llegamos a pensar que los Grandes Hombres de la Patria han fallecido de pie, luchando hasta el último momento por sus ideales. Sin embargo muy distinto a eso es la realidad. Los próceres suelen morir pobres, traicionados, solos y olvidados; por ese motivo al conmemorar sus muertes recordamos lo que han vivido y reivindicamos sus valores. En el caso de San Martín son la libertad, la fraternidad, la unión y la igualdad los ideales que se reflejan en las hazañas qué llevó adelante en América.
Es San Martín tal vez, uno de los hombres (por no decir él hombre) más admirable que nos ha dado la Patria y un gran ejemplo a imitar. Podemos estar de acuerdo o no con su forma de pensar-deben ser pocos los que no lo estén-, podemos pensar que sin los intereses político-económicos que los ingleses presentaban sobre América del Sur y sin el debilitamiento del imperio español no se hubiesen producido las emancipaciones de los pueblos criollos, y que hombres como San Martín nunca se hubiesen interesado por tamaña empresa. Todo hecho histórico está ensuciado por imbricaciones políticas, pero no por eso hay que quitarles sus méritos. Hoy recordamos a una persona que aún sirviendo 22 años a la Corona española y luchando por ella en el Ejército, decidió volver a aquellas Provincias Unidas del Sur que lo habían visto nacer en Yapeyú, ahí por 1778 cuando aún eran colonia, y que ahora se levantaban a favor de su independencia. ¿No es admirable que un hombre que vivió 28 años en España y, durante 22 recibió adoctrinamiento militar en ese país, haya elegido enfrentarlo en defensa de la libertad de toda América? El Triunvirato y los gobiernos bonaerenses no comprendieron ésto y menguaban la ayuda que el General necesitaba para llevar adelante el cruce de los Andes, el ataque por mar a Perú, y el resto de la campaña que derrotaría a los Realistas. Pese a los recelos políticos y a los problemas, acentuados con la anarquía de 1820, San Martín organizó el pueblo de Mendoza (al cual gobernó en 1814) y comenzó la hazaña de libertar Chile tres años más tarde.
¿No es digna de imitar la fuerza con que defendía sus convicciones? “Seamos libres, lo demás no importa nada”, les decía a sus Granaderos. “Unámonos, paisano mío-le pedía San Martín por carta al santafesino Estanislao López, en 1819-divididos seremos esclavos; unidos, estoy seguro que los batiremos [A los españoles]: hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos resentimientos particulares y concluyamos nuestra obra con honor.”
Realmente un convencido de que la unión llevaría al triunfo por la libertad puede menospreciar el carácter divisorio de aquella inmensa muralla de roca que marca el límite entre Argentina y Chile. Solo él habría podido ser capaz de convencer a argentinos y chilenos de cruzar los picos helados de la cordillera y luchar juntos por un plan mayor que excedía los intereses, las diferencias, e incluso las vidas de cada uno de ellos. Por ésto les insistía a sus tropas: “Acordaros que vuestro deber es consolar a la América y que no venís a hacer conquistas sino a libertar pueblos.”. “Generalísimo de la República del Perú y fundador de su libertad, Capitán General de Chile, y Brigadier General de la Confederación Argentina”, como se reconoce San Martín en su testamento escrito en París en 1844; “Padre de la Patria” y “Prócer americano”, como hoy lo recuerdan los latinoamericanos. Títulos, todos, que presentan al Libertador como un ejemplo admirable de compromiso, tolerancia, de entrega y disposición hacia los oprimidos y marginados, de humildad, de lucha y de tantos otras virtudes. Un gran maestro que nos enseñó que los americanos somos todos hermanos y que hay que olvidar aquello que nos divide porque, como él dijo: “Divididos, seremos esclavos”.
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