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El caballo de Troya, ahora en Esquel

Los vecinos de Esquel se movilizan en contra de la minería contaminante, el próximo domingo 4 diciembre en la Plaza San Martín, de la localidad.

El caballo de Troya, ahora en Esquel, por Corina Milán.

El caballo de Troya, ahora en Esquel, por Corina Milán.

El caballo de Troya, ahora en Esquel, por Corina Milán.

Las historias míticas han trascendido en el tiempo como “clásicos” debido a su potencialidad para pensar las conductas humanas y sociales. En este caso, la historia del caballo de madera que sirvió para definir la guerra de Troya puede ilustrar –parcialmente- la situación que se está planteando en Esquel, en relación con la minería, por estos días.

Los griegos asediaron Troya durante diez años, combatiendo en las afueras, nunca pudieron franquear las murallas de la ciudad a la que pretendían invadir. Cuando todo parecía perdido y el objetivo invulnerable, uno de los jefes griegos, el astuto Ulises, tuvo la gran idea para conseguir su empresa: debían fingir que se retiraban y construir un caballo enorme que en su interior contuviera a los soldados griegos escondidos.

Luego, deberían convencer a los reyes y a los ciudadanos de Troya para que ingresaran el caballo; de eso se ocuparía uno de los mentirosos de la tropa, les haría creer que sus compañeros lo habían olvidado, que el caballo era una ofrenda de los dioses dejada por los griegos y que si la ingresaban a su ciudad, les traería buena fortuna. Así lo hicieron y lograron que el mismo rey de Troya les abriera las puertas de la ciudad. Sólo Casandra, la hija del rey, y un soldado troyano advirtieron que dentro del caballo se escondían sus enemigos, pero nadie les hizo caso.

Los troyanos cansados de dar batalla durante una década, convencidos de que ya no había enemigos en el horizonte y que el asedio a su ciudad había finalizado, se entregaron a orgíasticos festejos y merecidos descansos. Cuando todos estaban lo suficientemente borrachos y dormidos, los soldados griegos descendieron del caballo, sable en mano y saquearon la ciudad.

Hasta aquí el relato mítico en versión cuento infantil, ahora pensemos en qué se asemeja a lo que está sucediendo en nuestra ciudad.

Hace nueve años, que el pueblo de Esquel viene dando pelea a las transnacionales mineras que quieren establecerse para saquear las riquezas de sus montañas. Se entiende el desgaste de sus ciudadanos y ciudadanas luchadores. Se sabe que los saqueadores han contratado a muchos embaucadores profesionales para diseñar estrategias de engaño y que en esta ocasión apuestan por las jugadas secretas y veladas (se asocian con funcionarios locales; se reúnen en casas particulares o en quinchos, ofreciendo beneficios a cambio de “discreción”; proyectan videos en los que prometen “progreso sin contaminación”; cooptan a periodistas, a médicos, a deportistas para hacer campaña por el “sí”). Además, parece que tanto en los tiempos antiguos como en los actuales, no resulta muy difícil “venderles” caballos y buzones a los poderosos de turno.
Cuando el contrincante se esconde disfrazado de ofrenda divina, resulta difícil percibirlo como enemigo y cuando el frente parece despejado, no tiene sentido mantenerse en guardia. Si el mensaje del soldado invasor mentiroso es tomado como verdad, si todas las maniobras se ocultan, si pocos pueden ver el peligro que viene junto con el regalo, si los defensores de la ciudad se relajan porque creen que ya ganaron, a Esquel le podría pasar lo mismo que a Troya. Eso es lo que pretenden los mineros y eso es lo que creen sus aliados.

Sin embargo, las analogías trágicas deben ser puestas en contexto. Los antiguos griegos creían en el destino como una imposición de los dioses absolutamente ineludible; pero nosotros sabemos que el destino de los pueblos lo forjan cada día sus hombres y mujeres. De hecho, Esquel ha pasado a la historia por su autodeterminación, ha demostrado ser un pueblo lo suficientemente fuerte para oponer resistencia a quienes quieren sus riquezas a cualquier precio. Tenemos la fortuna de contar con muchos vecinos y vecinas que aprendieron a ver las trampas enmascaradas y que se encargan a diario de mantener el alerta, desperezando las modorras de quienes creen que la guerra ya se ha ganado. Como en Troya, tenemos un señuelo en la portada; a diferencia de Troya, la mayoría de los esquelenses (más del 80%) no dormiremos mientras haya oro en nuestras montañas.

Por eso, al igual que hace nueve años, corren tiempos en los que debemos andar atentos y bien juntos. Porque no hay engaños capaces de doblegar la voluntad de este pueblo que ha sabido desobedecer los designios fatales, y ha tornado gesta lo que hubiera sido tragedia.

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