Homenaje al fiscal Julio César Strassera, símbolo de la democracia en Argentina.
Strassera, en la hora del homenaje necesario
El Fiscal Strassera, con su gesto adusto, su palabra clara, sus conceptos ciertos y su coraje jurídico, político y moral era, desde hace tiempo, un silencioso símbolo de lo que se puede hacer en una Democracia, como Justicia y como ética, cuando se transita por la senda del Derecho sin agachadas, compromisos o claudicaciones.
El encarnó la acción penal que la sociedad confía a un fiscal para que investigue el delito, cuando ese delito había sido el Terrorismo de Estado y sus crímenes, crímenes de lesa humanidad que mutilaron a la sociedad argentina. Esa función exige investigar el delito, ejercer la acción penal contra los sospechosos de ser sus autores, cómplices o encubridores reclamando las medidas de prueba y las medidas cautelares que la Ley pone a su disposición, todo ello con serenidad, pero sin miedo, con arreglo a la ley y con firmeza. Y él lo hizo encarnando así la aspiración de Justicia de la inmensa mayoría de los argentinos, por eso Strassera hace mucho tiempo que era un símbolo de aquella gesta.
Claro está que la labor de un Fiscal, por trascendente que fuere, no puede superar –por sí sola- el obstáculo que a la Justicia le imponen los pequeños personajes que usurpan el sitial del Juez, para desinterpretar la Ley y someterse a las necesidades de impunidad del poder de turno, en base a las prebendas o a los “carpetazos”. Por esta razón el filósofo argentino Carlos Cossio hace muchas décadas nos alertó respecto de que “…quién no tiene confianza en los jueces no tiene ningún motivo para depositar su confianza en las normas…”.
Soy de los que siempre sostuvieron que en aquel juicio a las Juntas no podía terminar el reclamo de Verdad y Justicia, pero también soy de aquellos que siempre valoraron la inmensa trascendencia de aquel comienzo, y del coraje personal y político que tuvieron quienes lo hicieron y quienes posibilitaron que se hiciera y Strassera encarnó aquella epopeya, que no podría ser ignorada ni hecha desaparecer por un mezquino discurso de circunstancias.
Lo conocí y lo traté en razón de mi paso por la Coordinación del Cels, de abogado del de Serpaj y de cercano colaborador de aquel grande de los DDHH que fue Augusto Conte. También lo traté en razón de que compartimos el mismo consorcio por nuestras oficinas en Callao 157. Siempre me sentí orgulloso del trato cordial que me dispensaba, porque él no era hombre de regalar gentilezas ni someter sus valoraciones a las cortesías sociales.
Su muerte, justo en estos días, es una metáfora acusatoria de las deformaciones a las que somete a parte del Poder Judicial. El, por sus convicciones, por su historia y por lo que representaba no podría vivir en paz en estos días.
Sean estas palabras mi recuerdo y mi homenaje.
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